Veo como los pétalos de la flor se marchitan y me siento incapáz de evitarlo, la riego todas las mañanas, remojo sus raices pero cada día muere un poco más, en el entero jardín solo queda esa flor, todo el espacio restante es tierra árida e infértil. Este pequeño espacio donde esta hermosa flor está muriendo es el único que me queda, lo único que me alimenta el espiritu son sus todavía relucientes pétalos y coloridas formas iluminadas bajo la luz del sol.
No se puede existir sin esta maravillosa flor, imagino habrá otros jardines llenos de estas y tan lindas como la parte sana que aún le queda a la mía, sin embargo no puedo ni pensar en sembrar otras, la tierra, el lugar que le es necesario para crecer también ha muerto. Es irónico estar rodeado de abundante vegetación y tener casi muerto el jardín interior, hoy cayó otro pétalo, muerto, descolorido, no quédan muchos más. Lo que más me entristece es ver como muere todo, como mi cielo interior se oscurece y evita la llegada de la luz, las condiciones se dan todas para que muera esa última flor que me mantiene en pie. Cómo se puede estár sin que los ojos aprecien cada mañana la bellza de todo un mundo vivo, cómo se puede vivir sabiendo que cada día que pasa muere un poco más la última esperanza.
Quizás sembré demasiadas falsas flores en mi jardín, de ellas crecieron hierbas malas y fueron capaces de quitarle la fuerza vitál al jardín. Esas falsas flores existieron quizás como resultado de mi más arraigado deseo de tener un espiritu fértil, multicolor, y voluntarioso de la vida, pero como todo lo que se crea de falsas ilusiones necesariamente muere. Le digo todo esto a mi moribunda flor sentado frente a ella esperando quizás que me escuche y luche más por vivir de lo que yo, mientras cae agua por mi rostro y me doy cuenta que no es la lluvia intentando revivir el jardin, sino mis lágrimas abandonando toda esperanza.
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